Ave que quiere doblegar sus barrotes,
deja que la luz nocturna la inflame,
parásito de tela, propulsión y desconfianza,
apala con sus alas sedimentos de plantas grises.
Cristales de estrellas pulverizadas,
sucio hocico que devora paciencia,
un remo diminuto entre los dedos
es el malabarismo de estos ventosos días.
Ave que se pasea, que ama al gusano,
amena dulzura en granitos de arena,
pegada en los abdómenes dorados
que murmuran desgraciadas frecuencias.
Angosta actitud de desenfreno,
difuminados dibujos con plumas,
trazan modestos animales de humo,
se estampan en las frentes grasientas.
Cortando en derredor de sus palabras,
musgo violáceo forjado de óbitos,
su intuición es un muro de resortes,
su punción desarticulada espinada de beldad.
Garabatos de sombras pisadas,
furia de agujas desincronizadas,
destellos de pájaros verdes,
abertura de jaula invisible.
Caigo en razones dibujadas,
caigo desde edificios de telgopor,
caigo sobre ascuas negras,
caigo hasta tergiversar los sueños.
Piel que se le despega de su nariz,
despertares encapuchados de lluvias,
su consecuencia entretejida en los dedos,
su desgarro a borbollón y mezcolanza.
Salpicados de luces traccionadas,
lenguas de a miles lenguas,
rompiente de relámpagos aceitados,
grieta en donde escarba con candor capricho.
Caigo en vacíos llenos,
caigo desde olas de hiel,
caigo sobre colchones de basura,
caigo hasta tener que aprender.
Los puentes se abren,
las flores irrigan colores,
aún en días grises y lluviosos,
en aires pesados y brumosos.
Muñeca frágil de delicado terciopelo,
retumba en el polvo de la sed,
besos voraces se pegan
al olor que destila el vacío.
Frente en alto,
el reflejo que va al choque,
enhebrar la locura con ancha aguja,
hilo de luz refractada.
Franjas de sueños agitados,
dedos que se diluyen en el papel,
carbónicas texturas,
retoña el sudor en la piel.
Las cenizas en las grietas de la mente,
los latigazos de profundas regresiones,
la represión, una guerra interior
de dos bandos que no se ponen de acuerdo.
La noche gravita sobre la pulpa azul,
soltados los oscuros pájaros raquíticos,
se posan en sonrisas melodiosas,
se hunden en relámpagos de medianoche.
La intuición es un siniestro,
el razonamiento son escombros.
Mariposas chuecas bordadas
con súbita desesperación,
para distraer el instinto
y la sed.
Pétalos de una voz tambaleante en palos,
el ritmo de la tormenta destellando palabras
como si se bordara un entretejido
en las ideas, en las obsesiones.
Hay un contaminado océano en la realidad,
una escasa primavera de moja y atún
como una semilla seca que desea florecer
en los modos, en los pasos.
Los pies en la tierra árida,
las manos en las nubes esponjosas,
el eco de los gritos en los sueños.
la manipulación del rayo en línea.
Fragancia blanca que inunda los ojos,
sol que sale pero se esconde en mis hombros
como un muro y su necesidad de ladrillos
desde la base hasta el cielo.
No hay esperanzas que se dejen esperar,
como deseos rellenos de aire.
A no temer del tanteo en la oscuridad,
al deguste de los dedos, al aprender.
Estirar un sonido,
ese que angosta mi alma,
salpicando rubor al pudor,
lagarto que habita en mis pantanos.
Nadie vió el tiempo,
simplemente se abrió como una herida amortajada,
no necesito de tangos sin música,
ni tormentas subjetivas
para arrastrar mis huesos demacrados.
No sonrío…
Las palabras son anchas,
taladran tu sien hasta secarte los ojos,
no necesito escuchar por escuchar,
ni dulzuras adjetivas
para confiar mi viejo corazón a las palabras.
No espero…
Se resbala la noche,
se encienden las sombras
sedientas de caricias,
sembrando ansias pegajosas.
Cada palabra
parece un cuchillo.
Pensamientos
me cohiben,
si no hay acción,
no hay expresión.
No sirven…
Si los dedos de mis manos
brillaran como el oro,
los gatos
lamerían los dedos de mis pies.
Mi reina,
no soy rey, tampoco águila,
solo un ciego cuervo
con las alas en llamas.
La noche
me abre la puerta,
no me espera
pero no me ignora.