Hace unos dias, en un hecho más bien inusual, Pagina 12 publicó una carta de Gustavo Grobocopatel, un gran empresario sojero, y uno de los “enemigos” preferidos del gobierno. En la edición del domingo 15 de agosto le responde el escritor Mempo Giardinelli. Mempo es un extraordinario novelista; sin embargo sus conocimientos sobre agricultura no son muy amplios. En su respuesta le dice a “Grobo”:
“En cuanto al glifosato, no es inocuo. Según autorizados genetistas y científicos que he consultado (entre ellos un reputado investigador en Medio Ambiente y Salud del Hospital Italiano de Rosario, que hace veinte años trabaja en esto) el problema son los agregados, empezando por los detergentes para penetrar la tierra, que acompañan siempre la mezcla y que son disruptores orgánicos poderosos, como el viejo DDT. Además, como las malezas se vuelven cada vez más resistentes, le agregan otros agroquímicos –endosulfan, clorpirifo o el 24D–, la mayoría de los cuales están prohibidos en los países serios. En Francia e Inglaterra el cultivo extensivo de soja transgénica está penado por la ley. Y en otras sociedades desarrolladas no se permite bajo ningún motivo el uso de agroquímicos.”
Después del reciente dictamen de una comisión especializada en agroquímicos, perteneciente al CONICET e integrada por muchos científicos argentinos especializados en el tema; y después de docenas de estudios análogos de muchos científicos en el mundo mostrando que todo esto es directamente falso, solo puede explicarse el párrafo de Giardinelli como expresión de su vocación por la ficción. Este tema lo hemos tratado con lujo de detalles en nuestros posts “El glifosato y las reglas de la ciencia” hace más de un año (http://blogsdelagente.com/duralex/2009/05/05/el-glifosato-y-reglas-la-ciencia/)., y asimismo en el reciente post “El glifosato, absuelto de culpa y cargo” (http://blogsdelagente.com/duralex/2010/08/05/el-glifosato-absuelto-de-culpa-y-cargo.
El glifosato en sí es más bien una anécdota en el presente contexto. Lo que muestra es la repetición irreflexiva de ideas y creencias sin ningún fundamento, contrarias a toda evidencia científica, y motivadas únicamente por cuestiones ideológicas y políticas (la oposición del kirchnerismo al “campo”) y cierto “ambientalismo ingenuo” muy en boga. Sin argumentos políticos para seguir combatiendo al agro (la opinión pública estuvo y está masivamente con el campo) y sin argumentos económicos (el propio gobierno depende críticamente de que haya exportaciones de soja a fin de recaudar retenciones), lo único que queda son pretendidos argumentos “científicos” a fin de darle cierta pátina de “objetividad” a aquellas posiciones políticas.
Sin embargo, tales “argumentos” han sido refutados uno por uno en innumerables estudios científicos, que entre otros sitios se encuentran enumerados, analizados y corroborados en el reciente dictamen de la comisión especialmente designada por el CONICET para estudiar el tema (http://www.msal.gov.ar/agroquimicos/pdf/INFORME-GLIFOSATO-2009-CONICET.pdf.). Hay además similares estudios hechos por organismos internacionales (como la FAO o la Organización Mundial de la Salud), por la Unión Europea (muy cuidadosa en estas materias), y por organismos oficiales de muchos países desarrollados, todos ellos basados en docenas de estudios científicos correctamente diseñados y convalidados por su aprobación y publicación en revistas científicas reconocidas, de diversas especialidades (agronomía, genética, bioquímica, medicina, etc.).
El argumento de Mempo podría ser pronunciado por uno de sus personajes de ficción, y sería considerado solo como una expresión de las manías y delusiones del personaje, como el “Informe sobre ciegos” en el libro de Sábato Sobre héroes y tumbas: nadie saldría a perseguir o exterminar a los no videntes basado en las ideas de aquel personaje insano. Pero Mempo no pone este discurso en boca de un loco ficticio, sino en su propia boca, expresando su propia opinión. Esto es alarmante en una persona por lo demás agradable e inteligente, pero qué le vamos a hacer. Yo no puedo aspirar a escribir nada que iguale a las obras de Mempo, y lo mismo cabe decir de la gran mayoría de los cientificos que se han dedicado por años a este tema. Del mismo modo, Mempo difícilmente pueda conocer de todos estos temas. Pero si quiere opinar sobre el tema debiera primero informarse, y citar datos fidedignos.
Frase por frase, el párrafo de Mempo es simplemente disparatado. “En cuanto al glifosato, no es inocuo“; claro que no: depende de la dosis. Tampoco el café o la lechuga o la aspirina son inocuos si se los toma en cantidades exageradas. El glifosato es un herbicida, y por lo tanto seguramente es tóxico si uno se toma medio litro en el desayuno. En las dosis que se usan en la agricultura es uno de los herbicidas más benignos, con prácticamente ningún efecto sobre los seres humanos, y además (por las técnicas que se utilizan, como la siembra directa y la soja resistente al glifosato) se usa menor cantidad, y con ello se reemplaza el uso de cuatro o cinco diferentes herbicidas mucho más tóxicos. Los estudios solo han podido encontrar algunos casos de picazón en la piel o irritación en los ojos de algunos operarios agrícolas que lo aplican, probablemente no dotados de los adminículos necesarios para ello (como un barbijo o unos guantes). ¿Cultivos sin herbicidas? La única manera es arrancar los yuyos a mano, o dejar que crezcan y ahoguen el cultivo. Ninguna de estas opciones tiene sentido.
“Según autorizados genetistas y científicos que he consultado (entre ellos un reputado investigador en Medio Ambiente y Salud del Hospital Italiano de Rosario, que hace veinte años trabaja en esto)…” Esta parte mejor dejarla de lado para no reírse. El innominado “reputado investigador” no sirve como argumento de nada, y menos en forma anónima, a menos que haya publicado trabajos en revistas cientificas, dando cuenta de investigaciones de campo, con diseños experimentales cuidadosos, relevantes al tema, y que sus conclusiones hayan sido repetidas y corroboradas por otros científicos. Lejos de ello, el anónimo investigador (que no trabaja en un centro de investigación sino en un hospital) tiene en contra docenas y docenas de estudios en todo el mundo, y ninguno a favor, y (al parecer) no puede exhibir ninguno él mismo. Con el mismo criterio se podría decir que la aspirina no cura el resfrío y el dolor de cabeza, o que la vacuna contra la polio no protege de la parálisis infantil, o que el dentífrico con fluor no protege la placa dental. Siempre va a haber gente que tenga miedo o se oponga: en cada uno de esos casos hay incluso organizaciones de consumidores en EEUU, apoyadas por algunos profesionales, que sostienen esos disparates y procuran que se dicten leyes que los respalden. También hay religiones enteras que se niegan a las transfusiones de sangre (como los testigos de Jehová) y muchas otras muestras similares de ignorancia en diferentes culturas y pueblos. La ignorancia abunda. Miles de argentinos (y muchos más en el mundo) concurren a los homeópatas, se aplican tratamientos de “medicina alternativa” o siguen “dietas mágicas”, sin ningún fundamento científico a favor (y muchos fundamentos en contra). La opinión del amigo de Mempo está absolutamente fuera de lugar y simplemente no dice nada. Como en Hamlet o en la canción de Pimpinela, son solo “palabras, palabras, palabras”, o como en Macbeth, se parece a “un discurso pronunciado por un idiota, lleno de ruido y furia, y sin ningún significado”. Sin ofensa, Mempo: solo mostrando el nulo nivel científico del argumento esgrimido.
Continúa Mempo: “el problema son los agregados, empezando por los detergentes para penetrar la tierra, que acompañan siempre la mezcla y que son disruptores orgánicos poderosos, como el viejo DDT.” Vamos progresando: el problema no es el glifosato (que como se sabe es un herbicida extremadamente benigno), sino los “agregados” (técnicamente surfactantes). Esas sustancias se añaden (en proporciones muy pequeñas) para que el herbicida actúe mejor o más rápidamente, pero sin alterar sus características. Pero según las investigaciones científicas, ampliamente citadas y analizadas por ejemplo en el reciente dictamen de la comisión especial del CONICET, el añadido de los tales surfactantes tampoco es dañino. Las formas comerciales del glifosato, con surfactantes y todo, carecen de efectos dañinos perceptibles cuando se aplican en la agricultura y en la forma correcta. Se desintegran con facilidad en el suelo, y no hay mucho peligro de que pasen al agua subterránea o que sean respirados en la atmósfera en cantidades perceptibles. Tomándose un café, comiendo una ensalada o paseando un rato por el microcentro de Buenos Aires, se absorben cantidades mucho mayores de sustancias mucho más tóxicas, sin que hasta el momento se haya producido una gran mortandad por el consumo de café o ensalada, ni que se encuentren cadáveres asfixiados y envenenados a lo largo de la Avenida Nueve de Julio. “El viejo DDT” fue prohibido en 1972, cinco años antes de que se inventase el glifosato, y no tiene nada que ver; con el agravante de que diversos estudios recientes están mostrando que su prohibición fue una reacción un tanto exagerada, y están recomendando que se lo autorice nuevamente, no para los cultivos (ya que hay mejores productos actualmente) sino para ensopar los tules protectores en las camas de los bebés (y adultos) en zonas afectadas por malaria (en Asia, Africa y America Latina): sus remotos peligros tóxicos para los seres humanos son inmensamente inferiores a la cantidad de vidas que se salvarían del paludismo.
Continúa Mempo: “Además, como las malezas se vuelven cada vez más resistentes, le agregan otros agroquímicos –endosulfan, clorpirifo o el 24D–, la mayoría de los cuales están prohibidos en los países serios. Bullshit again: es cierto que hay tendencia a que solo las malezas resistentes al glifosato terminen perdurando, ya que las otras van siendo eliminadas, y por ello (cuando ellas se presentan, lo cual es muy poco común) los agricultores usan otros herbicidas. Pero no usan, por lo general, herbicidas no autorizados por SENASA y que no se comercializan en el país. Los que están prohibidos en EEUU y Europa también están prohibidos aquí.
Puede ser –admitamos– que algún irresponsable use un producto peligroso, pero (a) ese producto no sería glifosato; y (b) estaría prohibido su uso. El 24D, en particular, está prohibido hace rato, y nunca se usa como surfactante del glifosato. El endosulfan tampoco es un herbicida.
Puede haber agricultores que abusen o usen agroquímicos inapropiadamente, pero ese no es un argumento válido. Con el mismo criterio se podria prohibir la comida pues algunos abusan de ella y se vuelven obesos; o prohibir la comida sana porque algunos la consideran aburrida y comen en cambio comida chatarra. También se podrían prohibir los autos pues hay algunos conductores irresponsables que causan accidentes.
El tema de los surfactantes es, por lo demás, debidamente tratado en el dictamen de la comisión del CONICET, así como en los estudios de la FAO y de la Organización Mundial de la Salud que han analizado el tema y han autorizado el uso del glifosato desde hace muchos años (revisando y confirmando el dictamen cada tanto a la luz de nuevas investigaciones). Seamos serios, por favor.
Por último: “En Francia e Inglaterra el cultivo extensivo de soja transgénica está penado por la ley. Y en otras sociedades desarrolladas no se permite bajo ningún motivo el uso de agroquímicos.” En varios países no se usa soja transgénica para consumo humano, no por razones de peligrosidad (los organismos de cada país ya han aclarado que ello no es así) sino porque hay rechazo de parte de los consumidores, en gran parte mal informados por la militancia ecológica fundamentalista. Y además, aun en esos países la soja transgénica se usa masivamente para forraje animal (que es el uso principal de la soja en países occidentales). Europa importa millones de toneladas de productos transgenicos. Hay también una fuerte tendencia hacia la introducción de la soja transgénica dadas sus múltiples virtudes agronómicas y económicas, y la irracionalidad del rechazo (basado en el puro miedo irracional y no en ninguna evidencia científica). La agricultura europea está perdiendo competitividad rápidamente por las prohibiciones sin fundamento sobre ingeniería genética de cultivos. Y que yo sepa en NINGUNA sociedad (desarrollada o no) se prohibe el uso de agroquímicos. El mercado de productos “orgánicos” existe en todos ellos, como una “specialty” preferida por algunos consumidores (rara vez más del 10-20% en el caso de frutas y hortalizas, y muchísimo menos en cereales, oleaginosas o productos ganaderos), que pagan para ello un precio superior al de los productos comunes, pero la enorme mayoría del consumo es producida convencionalmente, y entre otras cosas es tratada con productos químicos para matar los bichos que atacan a esas plantas. Se dan incluso situaciones paradójicas: hace un tiempo en Alemania tuvieron que sacar de circulación una gran parte de la producción de papa orgánica, porque eran tóxicas. No por haber sido tratadas con agroquímicos, sino precisamente por no usarlos. En caso de no aplicar agroquímicos (atención: insecticidas y fungicidas, no herbicidas), las únicas plantas que sobreviven son las que tienen sus propias toxinas para repeler hongos y gusanos; cuando esas variedades se generalizan, predominando las que tienen toxinas más fuertes, las papas orgánicas (y otros productos “saludables”) en circulación resultan ser precisamente aquellas con altas dosis de esas toxinas naturales, lo cual en Alemania con el caso de las papas causó varias muertes, y obligó al retiro de ese producto, que ahora solo se puede producir bajo reglas mucho más estrictas; por ejemplo: no se pueden usar como semilla, para evitar la multiplicación de las variedades naturalmente resistentes a las plagas y que son precisamente las más tóxicas.
No todo lo “natural” es “bueno para la salud”: el veneno de víbora es sumamente “natural”, lo mismo que los hongos venenosos y las toxinas de las papas orgánicas, mientras que la cirugía cardiovascular y los medicamentos antigripales son productos de la ciencia, completamente “antinaturales”, pero no por ello menos benéficos.
En otro pasaje, Mempo sostiene: “son muchos los millones de hectáreas que se deforestaron para sembrar soja y tienen destino de desierto ya que las rotaciones son difíciles“. Eso de que las rotaciones “son difíciles” habría que explicarlo mejor. Si el gobierno adopta políticas que castigan el agro extrayéndole retenciones hasta tocar hueso, es obvio que queden pocos cultivos rentables; entre ellos queda principalmente la soja, que es más rentable precisamente porque no usa muchos agroquímicos y porque se cultiva en siembra directa (la forma de cultivo más ecológica). Pero las rotaciones son lo habitual, y con cualquier política agrícola razonable se producen naturalmente, en interés del propio agricultor. Una hectárea de soja no rotada al cabo de unos cuantos años desarrolla algunas plagas de difícil erradicación (especialmente ciertos hongos), lo cual obliga a rotar sí o sí. De hecho sigue habiendo rotaciones en toda la agricultura argentina, pues al cabo de unos años cualquier cultivo plantado reiteradamente en la misma parcela comienza a presentar dificultades.
Hasta ahora no se ha podido comprobar la desertificación de hectáreas de soja o de otros cultivos, ni en el norte o el oeste del país ni en la región pampeana. Una de las razones es que la soja es una leguminosa, que fija nitrógeno del aire y lo incorpora al suelo, haciéndolo más fértil y reduciendo a cero la necesidad de fertilizantes nitrogenados. Otra es que se usa siembra directa, reduciendo al mínimo el laboreo y asimismo impidiendo que el suelo quede sin cobertura vegetal, evitando así dos factores básicos de erosión y desertificación. Otra razón es que se controlan eficazmente las malezas sin afectar a las plantas cultivadas (esto es lo que hace el glifosato en la soja transgénica).
Hace años que se viene difundiendo el temor a la desertificación. En los años setenta un libro famoso sobre los suelos en la Argentina pronosticaba que la mitad de la Pampa se desertificaría en poco tiempo, sobre todo por el excesivo laboreo con maquinaria pesada, mientras en realidad en esa región la superficie agropecuaria se ha EXPANDIDO, y su productividad ha AUMENTADO, no solo gracias a la soja y otros cultivos donde se usa laboreo mínimo o siembra directa (lo que reduce mucho el uso de maquinaria) sino también (oh sorpresa) gracias al cambio climático: las temperaturas se han ido corriendo al sur, y las lluvias hacia el oeste, de modo que muchas zonas de la Provincia de La Pampa y del oeste de la Prov de Bs As (parte de la antigua “Pampa Seca” de los manuales escolares) están ahora cultivadas y con alto rendimiento, mientras antes solo servian para pastoreo extensivo de muy baja productividad en superficies cubiertas principalmente de “paja brava” y otros tipos de vegetación pobre y rala (”vegetación pobre y rala” es uno de los atributos del “desierto” o la “desertificación” en cualquier diccionario). Lo mismo ha pasado en zonas antes semiáridas e improductivas en el NEA y NOA. El “Impenetrable” en buena parte se ha vuelto penetrable. En zonas sin aprovechamiento agrícola los cultivos y una ganadería más intensiva se expandieron fuertemente, como había ocurrido en la región pampeana después de 1880, alterando por supuesto el ambiente natural pero sin mayores efectos negativos (la agricultura viene alterando el ambiente natural del planeta desde que se inventó hace diez mil años).
El hecho de usar soja transgénica con siembra directa contribuye sustancialmente a aprovechar ese efecto benéfico del cambio climático en zonas templadas y frías (que se está registrando también en el Norte de EEUU, Canadá, Rusia y el norte de Europa), pues incorpora nutrientes al suelo anteriormente pobre, colonizándolo de manera sostenible para la agricultura de largo plazo. Este efecto se está dando también en los “maillines” o valles andinos de la Patagonia, con crecientes cultivos intensivos de frutas, viñedos y algunas hortalizas finas, así como mejor productividad para la ganadería en la meseta, sobre todo en la meseta patagónica norte aunque no tanto en la meseta patagónica sur que sigue siendo árida.
Es cierto, obviamente, que una hectárea de monte natural convertida a tierra de cultivo deja de ser una hectárea de monte natural. Ello no significa sin embargo que decrezca la biodiversidad de toda la región, ni que se produzca un daño ambiental importante. El monte natural sigue existiendo en otros lugares, vecinos o más lejanos, y las especies en general perduran. Obviamente hay menos biodiversidad en una determinada hectárea cuando ésta pasa de ser monte natural a ser cultivada, por ejemplo en la región chaqueña. Pero eso no significa menos biodiversidad de flora y fauna en la amplia región chaqueña que ocupa partes de Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil (aun cuando también en esos otros países la agricultura se está expandiendo en dicha región). Europa estaba cubierta de bosques naturales hasta el siglo XVIII, pero la revolución agrícola (e industrial, urbana y naviera) los redujo a menos de la décima parte; se puede viajar por ese continente sin tener que atravesar ninguna “selva oscura” como la que cruzaba Dante Alighieri al comienzo de la Divina Comedia; ya no hay muchos lobos en Europa fuera de los zoológicos y en zonas protegidas específicas al norte del continente; por suerte, ya no merodean por las carreteras atacando viandantes ni se introducen en los pueblos para comerse las gallinas o los chanchos, o atacar a la gente; Caperucita Roja puede circular con tranquilidad en estos días.
Estos cambios históricos, por otro lado, son el resultado natural del progreso de la humanidad, y de la necesidad de alimentar una población creciente en el mundo resultante de los progresos económicos y médicos, aunque la población ya no crece tanto, y la ONU prevé que comience a decrecer en el mundo hacia 2060, y en A.Latina algo antes (2050), pues finalmente la natalidad ha bajado para ponerse a tono con la menor mortalidad. Se van encontrando alternativas para minimizar los daños al ambiente y mejorar la seguridad alimentaria del planeta (los cultivos transgénicos sobresalen entre esas alternativas, según la FAO) y seguramente se seguirán encontrando más en el futuro; volver a la caza y la recolección o a la agricultura del siglo XV, dejando los bosques para los lobos y para los bandidos (malos usualmente, o buenos como Robin Hood) no es factible y no es ético: implicaría anular todo el progreso económico y cultural de los últimos 500 años, y solo soportaría una vigésima parte de la población mundial actual.
En 1990, tras incursionar brevemente en la política y perder una elección en su país, Mario Vargas Llosa dijo: “El pueblo me ha mandado de vuelta a la literatura”. Sería bueno que Mempo Giardinelli tomara la misma sabia decisión.