En Catamarca se esconde mi verdad. ¿Me ayudan?

Mi madre de crianza (a quien amaré por siempre) se llamaba Clara Estela de María CARRIZO, oriunda también de Catamarca, se radicó tempranamente en Capital Federal. A sus 46 años ya casada e imposibilitada de gestar un hijo y complicada para poder adoptar por vía legal, recurrió a su cuñada “Porota”, quien le había comentado que tenía por vecina a “Cuti” o “Yurili”, una influyente trabajadora social que oficiaba de tal en el Viejo Hospital San Juan Bautista y aparentemente también en la Casa Cuna de Catamarca, para que si se enteraba de alguna mujer que no quisiera o pudiera criar a su bebé intercedieran para que se lo cediera a ella. Y así fue como todo ocurrió.
Ésta mujer le comunicó a tía “Porota” que un nuevo ser venía en camino y mi madre biológica por determinada razón iba a desprenderse de mí al nacer. Enterada de esto mi madre “Clarita” viajó a Catamarca.
En una de las esquinas de Caseros y Rojas de la capital catamarqueña, en la otrora casa de la “partera” – hoy transformada en una consultora de agrimensores-, supe que se reunieron un par de veces para acordar mi entrega la dueña de casa “Cuti/Yurilli”, su vecina de Caseros y Prado (tía “Porota”), la que iba a convertirse en mi madre del corazón y mi madre biológica con una súper panza. De ella los únicos datos que poseo es que por entonces tenía entre 18 y 22 años, el cabello muy oscuro, algo lacio y por debajo de los hombros, y que posiblemente quien me trajo al mundo o su madre hayan estado ligadas laboral y/o familiarmente a la Sra. Trabajadora Social.
La “Cuti” negó haber sido mi partera y me dijo ante testigos que ella sólo había puesto y conducido su auto para sacarme del “San Juan Bautista” y llevarme a casa de mi tía, negando saber quien fue la parturienta y deslindándose del caso aseverando que la que movió todos lo hilos fue una compañera suya que la había fallecido apodada “La Gringa”, una tal Castillo de Moya y de quien no quería que se ensucie “su buen nombre y honor”…
Hoy por hoy también descarto la primera historia que me contase mi tía (quien siquiera se hace cargo de habérmela dicho…) sobre que mi progenitora era una joven estudiante del interior de Catamarca. Quizá sí sea cierto que no halla querido verme a la cara cuando bebé para no encariñarse.
A mis 19 años tuve una revelación -tras una discusión familiar me encerré a llorar en mi habitación e hice inconscientemente una regresión-, nadie me lo dijo, quizá fue el llamado de la sangre -como comunmente se dice-, yo agregaría el llamado de la verdad, de lo que es justo y necesario, indispensable para casi todo ser humano. Aquella madrugada a mediados de noviembre del ‘93 mi vida se vio bifurcada entre lo conocido y aquella otra dimensión que que se me revelaba, que siempre se me ocultó.
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Fernando A. Eden Carrizo